Viajar sin un centavo no es imposible
¿Será posible viajar por buena parte del mundo sin contar con un centavo? Se trata por supuesto de un interesante desafío, que requiere de mucho sentido aventurero y un gran deseo por conocer diferentes geografías y culturas.
Pero además, precisa de prestarse a realizar diferentes oficios en las distintas naciones que se vayan visitando. Como quiera que sea, no es algo imposible de efectuar y un mochilero experto como Michael Wigge, periodista alemán, puede dar fe de ello.Wigge partió un día de Berlín sin dinero alguno y consiguió viajar más de 40 mil kilómetros hasta la lejana Antártida, utilizando el recurso del aventón, tomando trabajos provisionales y buscando diferentes maneras de tomar barcos, coches, aviones y dando por supuesto enormes caminatas a lo largo de su increíble viaje.
De Europa a Canadá, y de Estados Unidos a Latinoamérica, la experiencia viajera de Wigge, puede considerarse como una verdadera epopeya.PBS, una cadena de televisión estadounidense se dedicó a transmitir durante meses el programa ?Cómo viajar por el mundo gratis?, utilizando videos grabados por el propio Wigge en sus travesías.
Wigge periodista dedicado a estudiar la industria turística mundial, salió de Berlín en junio del 2010 y logro recorrer 11 naciones distintas en 150 días, arribando a la Antártida en noviembre de 2010. Más de un centenar de personas le proporcionaron alimentos y lugares donde dormir. Wigge planeó este viaje a lo largo de un año entero, obteniendo una serie de contactos de personas que podrían apoyarlo con un lugar donde quedarse o donde poder trabajar, pero aun así, tuvo que depender en buena medida de la buena voluntad de muchos desconocidos.De inicio Wigge buscó alimento en los depósitos de desperdicios de los supermercados, pero pronto se percató que había otras opciones.
Fue cuando se ofreció a realizar diferentes tareas a cambio de alojamiento, comida y recursos para seguir viajando. Por ejemplo, Wigge cruzó el Oceano Atlántico labrando en un navío de carga, de Bélgica a Canadá. Estando a bordo hizo de todo un poco: desde cambiar el aceite a la maquinaria del barco a pintar los camarotes; en Las Vegas, se ofreció de sofá humano y participó en espectáculos de guerras de almohadas. En San Francisco, trabajó como mozo de carga; en Panamá fue mayordomo del embajador alemán y en Machu Picchu maletero. Luego de llegar a Argentina, laboró en un crucero de lujo que lo llevó a la Antártida. Una vez lograda esta meta, de su propia cuenta bancaria compro un pasaje de regreso a Alemania.