La Plaza de la Constitución, el Zócalo de México D.F.
Ha llegado el turno de hablaros de la Plaza de la Constitución de México D.
F., más conocida como Zócalo. De hecho, la parada de metro más cercana se llama así, Zócalo. Esto se debe, muy probablemente, debido a una hipótesis en la que se baraja que recibió ese nombre en honor a la Constitución de Cádiz de 1812. Recordemos que los españoles “descubrieron” un nuevo mundo y como todos los conquistadores, arrasaron con todo. México incluido, apodado en aquellos años como la Nueva España.Como podéis comprobar, la plaza es enorme.
De forma casi rectangular, tiene aproximadamente una superficie de 46.800 metros cuadrados que, traducidos en unidad métrica, dan un total de 195 metros de alto por 240 metros de ancho.El Zócalo está resguardado al calor de edificios de gran interés.
En el norte tenemos la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México y en el sur se encuentra el edificio del Gobierno del Distrito Federal, que hace las veces de sede del Poder Ejecutivo local. Si nos dirigimos hacia oriente, allí nos toparemos con el Palacio Nacional, la sede del Poder Ejecutivo Federal. En cuanto a la esquina noroeste de la plaza, allí nos aguarda el Museo del Templo Mayor.Ahora sería momento para hablaros de los monumentos de la gran plaza mexica.
No lo haré. A veces es preferible desintoxicarse de tanta información, de tantos datos de Historia compuestos por fechas, nombres y más nombres.Como bien me comentó un viejo amigo una vez, hay veces en las que se conoce más un lugar sentado en un bar, tomando tranquilamente una cerveza, mientras ves pasar la vida a través de su escaparate.
Es verdad. Si quieres conocer una ciudad, debes impregnarte de ella y para tal acción es indispensable olerla. Olfatearla. Palparla.Mis huesos, a día de hoy descoloridos y almacenados en un saco roto, sintieron el embrujo del Zócalo en las pasadas Navidades.
Siendo ciudadano del hemisferio norte, lo más chocante al asomar mis pupilas por primera vez a la salida del metro, fueron sin duda sus adornos. Es imposible estar acostumbrado a caminar bajo 30 grados, bajo 30 grados envueltos en una nube contaminada que cubre México D.F., en Navidad. Se supone que toca ver nevar, no sacar fotografías en chancletas de verano con los labios agrietados de tanta calima tóxica.Por si fuera poco, colocan en uno de los laterales de la plaza la mayor pista de hielo artificial del mundo.
El sol es incapaz de derretir su gélido cuerpo y es por eso que el astro rey instala unos pequeños puestos de madera en los que se puede degustar comida típica mexicana con el chile como ingrediente más abundante.El Zócalo, al igual que sucede en la Grand Place de Bruselas y en la gran mayoría de capitales, es un trasiego de gente sin rumbo.
Caracolean perdidos, señalan edificios y sonríen dándoles la espalda con la esperanza de que el flash de la cámara no coloree de rojo sus ojos. Algún viejo organillo se sostiene con una pata de madera intentando llamar nuestra atención aunque los verdaderos mexicanos se esconden a pocas cuadras de distancia. Buscándose la vida, entre bastidores, con la atenta mirada del fusil de asalto de la policía. Al turista no se toca en la capital, les comunica.Los adornos de esta festividad cristiana me llevan a la reflexión.
Los españoles derramaron sangre por todo el país y, a pesar de todo lo que destruyeron, tomaron la fe cristiana como suya convirtiéndose en completos devotos. Así es México, lleno de contrastes: de lugares mágicos, de ciudades con toque de queda, de policías y políticos corruptos, el paraíso de narcotraficantes, de hermosos cenotes, de afrodisíacas playas caribeñas.